martes, 8 de febrero de 2011

Secretando

En fin y alguna vez más allá del tiempo,
El parlante, más tarde silente escritor,
Regala incautamente el secreto
A la palabra.

Contar todos los secretos
A viva voz,
Para que dejen de ser descubiertos
Y se amarren a los garrotes de la palabra.

En la fiesta de la subsistencia,
La lengua reúne lo disperso.
Depreda deglutiendo
Y alega necesidad como buen letrado.
Para que la imputabilidad
Ingrese a su coto de caza
Y refine a la presa,
En el cenáculo de la carne.

Lo disperso aglutinado,
No es jamás comunión.
Cada íntimo sentido
Es vivencia sin pedir la mano
A la expresión que no enaltece

Lo común del secreto dicho
Inmediatamente al ser hablado
No es otra cosa sino renacer
Como secreto.

Tal como la trinchera
Que es expectar defensivo,
Y muere cuando llega
El momento del ataque.
Para ser un detalle geográfico,
En el campo de guerra fenece.
Un ser que espera para ser
Lo que le anula su destino,
Justo en el final realizado.

El secreto sea lo imposible
No lo reservado celosamente
Para la cercana y vernácula
Nodriza chismosa.

Que la prensa burda de lo grotesco
Y el alboroto de los días que pasan
Se enteren de la confidencia.

No hay secreto en los secretos,
Dientes que no morderán ausencias.

Epitafios vanos para finitudes
Y si el lector de tumbas los leyera,
Será el arcano.
De las que han sido presencia y
Pasada es ya su hora.

Lo han urdido para guardar
Por siempre lo que nunca pudieron dar:
La razón de preservar ardorosamente
Una pregunta que las perseguía,
Para que sus sombras la respondieran.

El extrañamiento de ser
El interlocutor de un interrogante
Tan punzante como inexistente.

Las respuestas están esperando
En lo común y en la lengua.
Ella segrega signos
Antemano diseñados.

Tu silencio es el secreto,
Tu palabra es el cerrojo
Y quizá la clave exacta es callar.

Como lo común de mil diferencias,
Asesinadas con el mismo calibre,
Es callar para ostentar
Que lo disperso no es fragmento,
Ni polvillo que pretenda ser barrido.

¡Gritan las almitas!
Al resoplar el aire
De la nariz del viento.
El que se atorbellina en el vacío,
Él, el vientre amorfo.
Cuna y fuente de toda figurita efímera que
Zapatea la inquietud de lo inconfesable.

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