viernes, 16 de marzo de 2012

Objeto para ser destruido, objeto de destrucción, objeto indestructible*



Una balanza. Un metrónomo para el ready-made que contabiliza el ojo del amor perdido. El duelo del artista y del mundo se presenta en la necesidad de que la cronometría pueda mirar fijamente al usuario. Pero adosarle el fragmento de una fotografía no es un duelo consumado, es un melancolismo gélido. Como si el tiempo ya más grávidamente vacío que las líneas rectas de la redención impotente, estuviera listo otra vez para ser vivido nuevamente, sin requerir remembrar los escombros que conglomeran los cadáveres de los mesías a los que no se les permitió nacer.
Sopesar al gran ojo humano, las manos pictóricas del implume risible y político, es una empresa pensable justo en el momento preciso que posibilita la optimista vanguardia. Barbarismo propuesto frente al espectador desgastado de la guerra es poquísimo. La metralleta escandalizó mucho en un comienzo, luego era como fuego de la hornalla que calienta el agua del té matinal. Toda vez que la trinchera fue el espectáculo seglar, ¿pudieran conmover a alguien las desarticuladas aglomeraciones de los dadaístas? ¿Pudieran sorprender a quienes percibieron en un campo beligerante el collage más abominable de jirones de carne, alambres y nostalgia yuxtapuestos a la tierra?
Quizá sea éste el motivo por el cual se dice que el movimiento del Dadá es la cola prensil del surrealismo. Unos sucesores que experimentaron la verdad cabal de su empresa y se echaron a dormir. Quizá no debieron haber despertado nunca, salvo los que nunca decidieron recostarse en los bellos salones mientras las trincheras acogían los miembros pacientes de la ablación, la que sutilmente operaba el revés de la razón y el progreso.

*Ready-made de Man Ray que tuvo los tres nombres sucesivamente, de acuerdo a las modificaciones que realizó el señor en tres circunstancias distintas.

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